María Teresa Constantín
Revista TXT – Noviembre 2004
Azules, amarillos, rosas bombón, verdes ácidos, los colores de las obras de Mariano Molina podrían aludir al movimiento pop citado en el título de su muestra. Pero hay también otras referencias y desplazamientos. Molina, como aquellos artistas de los 60, se sirve de los medios mecánicos, la fotografía y luego su transferencia sobre el soporte, como sostén de la obra. Las imágenes obtenidas son retomadas en pintura y remiten a aquellas de los medios de comunicación que fueron elemento central en la iconografía de los pop. Pero más allá de la canalización de los hechos que se produce con su multiplicación mediática, en ambos sucede algo con la imagen en sí misma: técnicamente se transforma en puntos, puntos de tinta o píxeles; ha sido desmontada para ser reproducida. En el caso de Molina, tanto la proyección de la imagen como la utilización del aerógrafo en el proceso de pintura lleva, también, a la pérdida de definición. Así, cada imagen interpela al espectador en su desciframiento. Los títulos de las obras sitúan, a veces, en momentos y lugares que concentraron la gravedad del año 2001, el 11 de septiembre en Nueva York o las movilizaciones callejeras de nuestro diciembre. Rara vez, sin embargo, el momento señalado por el artista refiere al instante crucial, de modo que sus muchedumbres pierden también definición y pueden vehiculizar otros sentidos. Los azules, como virados por el tiempo, remiten a las multitudes del siglo XIX, otros puntos de color indican las masas de jóvenes contemporáneos, las protestas. Multitudes modernas que Molina pone en color para darles identidad al mismo tiempo que las borra.